El arte de educar

De vez en cuando, también se debe escribir cosas nobles y bellas. Porque el mal, desafortunadamente, suele tener siempre un papel protagonista en este mundo; lo que no significa que lo bueno este desapareciendo o que vaya a hacerlo.

Seguramente esté en nuestro alrededor, en el día a día, pero no solemos ser capaces de darnos cuenta. En este artículo me gustaría subrayar la figura de los padres, porque todos los tenemos o los hemos tenido.

La figura de un padre – entiéndase también la figura materna, claro- resulta siempre para un hijo un gran ejemplo, por no decir el referente más importante. Porque en cuanto se ve a un niño, o se disfruta de su presencia, no es muy difícil advertir su alegría o su tristeza, su autonomía o su dependencia, su perfecta disciplina o su pobre arrogancia… En definitiva, todo aquello que suele ser reflejo de sus padres.

Por eso mismo creo que es tan importante la figura de los progenitores, porque su propia presencia, su propio saber estar, su propia educación; son la receta perfecta para la elaboración de unos óptimos hijos. Porque aunque no os lo parezca, queridos amigos, la educación es una gran inversión y un tremendo esfuerzo, que a la larga produce unos bellos y jugosos frutos. Además es como el despegue de un gran negocio, la aventura de formar una familia – siempre de manera responsable-.

De ahí mi crítica a esta sociedad, por haber arrebatado a los padres el derecho de educar, y a la vez haber sido suplidos por las inmoralidades de la televisión o el imperio del gran rey de la selva, Internet.

Hace no mucho tiempo, un gran hombre, nos contaba una anécdota que él mismo presenció:

-“Era Domingo y de camino a casa, me crucé por la calle a un matrimonio joven con su niño pequeño, que vendría a tener unos seis años. El pequeño tirano, le iba dando patadas a la desesperada madre. El padre totalmente bloqueado, le explicó lo más delicadamente posible -intentando no dañar los sentimientos de su pequeño monstruito-que no debía pegar a su mamá.” El narrador, nos hizo entender que sin caer en los malos tratos, había que hacerle ver al niño que no era ese el comportamiento que siguen el resto de los niños a la hora de relacionarse con sus padres. Añadió además, que si el padre en ese momento debía zarandear a la criatura para enseñarle cual era la jerarquía familiar, no debía dudar en hacerlo. Para finalizar añadió: “Puede parecer una anécdota idiota e insulsa, pero así empiezan los “valientes hombretones” que maltratan a sus padres.”

Ya sé que es muy difícil, pero cuando un hijo se os ponga tontico, quizá lo mejor sea aplicar una sabia disciplina a tiempo, que no llevarse disgustos el día de mañana.

Pablo Guallar.-

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